La inteligencia artificial y los algoritmos aplicados a la música están resolviendo numerosas necesidades: en la publicidad, el cine, los videojuegos, etc. Aceleran y abaratan procesos como ningún otro invento en el pasado. No obstante, ¿esta tecnología realmente está poniendo en riesgo el talento y la tarea de las personas? ¿O bien seguiremos valorando algo tan intangible como el toque humano? El máximo responsable de la startup canadiense de big data y machine learning Landr, Pascal Pilon, intenta zanjar el debate: “La música cuenta historias, no creo que nadie quiera oír canciones fabricadas sólo por robots”. Pero la controversia es más difícil de cerrar.
La youtuber norteamericana Taryn Southern lanzó en el verano de 2017 su primer disco, I am AI, es decir, “Yo soy inteligencia artificial”. Esta polifacética joven, que, además de otras ocupaciones, es actriz, modelo y escritora, desarrolló este álbum íntegramente con el programa informático Amper. El software en cuestión compone y produce música a partir de parámetros como la duración, el tempo y la clave de la canción en la que se pone a trabajar. El resultado despertó admiración y gozó de una excelente acogida. Influyó en ello de manera notable el carisma de la autora.
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